jueves, 12 de enero de 2012

 BIOGRAFÍA


…Umpff… ¿Cómo resumir toda una vida de búsqueda por las más variadas actividades?

Lo más fácil: empezar por el principio:

A ver, de pequeña fui una malísima estudiante.  Tenía a mi disposición larguísimas horas para estudiar tooodas las tardes, pero cuanto más tiempo tenía y más me emperraba, menos resultados conseguía.  Cuatro horas de estudio daban el mismo resultado que cuatro minutos.  O sea cero.

¿Qué hice?  Pues refugiarme en las novelas de Enid Blyton y soñar con ser aquello que me fascinaba en aquel momento.  Cuando el primer hombre pisó la luna, yo quise ser astronauta.  El proyecto del “Apollo 11” y los siguientes me tenían fascinada.  Luego quise ser Kung-Fu.  Aquel personaje que se tomaba con calma cualquier situación en la que cualquier otra persona hubiera reaccionado de malos modos, me pareció (y me sigue pareciendo) una lección de vida.

Un día que yo estaba desesperada (no recuerdo si tenía que estudiar para un examen o si había traído a casa otro suspenso para que lo firmaran mis padres), vi que había acampado al lado de casa, donde hoy está el Auditorio de Música, el circo Atlas, de los Hermanos Tonetti.  Ni corta ni perezosa arañé los ahorros de la paga de los domingos y me compré una entrada.  No recuerdo ahora si aquella primera vez que fui por mi cuenta al circo vi a los cuatro Yarsk o a los seis Silver;  el caso es que vi a los trapecistas, y ya, ni Apollo 11, ni Kung-Fu.  Ahora quería ser TRAPECISTA.

Y ¿¿cómo hacer para llegar a ser trapecista siendo una estúpida estudiante en una estúpida ciudad??  Bueno, pues habría que hacer lo que más se le pareciera… apuntarme a ¡gimnasia artística!

Y ahí empezó la lucha.

La niña quería hacer gimnasia;  los padres querían que estudiara.

Dos largos años más tarde la niña había logrado dar el primer paso: conseguir que la dejaran apuntarse a gimnasia, “pero ¡una horita cada dos días!”  -  Con el tiempo esta horita cada dos días se fue convirtiendo en tres o cuatro horas cada día.  Y en cuanto al temible cole, cuantas menos horas empleaba en estudiar, mejores notas sacaba.  (Que alguien me lo explique.)

Un buen día me acerqué al Circo de Los Muchachos, que estaban acampados en la ciudad, para comprar una cassette con sus canciones, y casualmente vi un cartel que decía “clases de circo”.  Si hoy tengo un problema con los ojos, es que casi se me caen de las órbitas.  Pregunté, “pero será para niños, ¿no?” (entonces yo ya estaba currando y todo) y me dijeron que no, que cualquiera podía apuntarse a clases de circo.

A la mañana siguiente, que era domingo, ya estaba yo allí con mi bolsa de deporte.
No siempre había clases concretamente de trapecio, y, ya puestos, yo había decidido que me gustaba “el circo”, así, como quien no quiere la cosa.  Hice de todo, incluso me llegué a resumir un libro sobre la “doma blanda”.  Me dedicaba a hacer malabares, pinos, flic-flacs  y saltos mortales, caminar por el alambre, “troupes”, trapecio, cama elástica… incluso me llegué a comprar un monociclo, para el que mi padre me decía que, si me portaba bien, me compraba “la otra rueda”.  Al mismo tiempo seguía entrenando ávidamente la gimnasia bajo la tutela de Vicente Sarrió,  viendo pasar generaciones de gimnastas, y yo, erre que erre.  Pego que te dale.

Peeero… también sentía que me faltaba algo, a veces me sentía estancada con tanta acrobacia de tanto tipo, como que sssssí….pero que no.

Me apunté a danza.

Un buen día, en el local de Alfredo Elena, ensayando trape con Fura, una trapecista que había conocido, ésta me dijo:

- ¿Por qué no te vienes a Paris, a estudiar trapecio con Zoé?

Bueno, los ojillos me hicieron chiribitas, cogí vacaciones en el curro y allá que me fui, con mi amigo Stenka, otro entusiasta del circo y de todas las cosas buenas que te pueda brindar la vida. 

Stenka duró una clase;  cuanto más técnico y perfecto se ponía, más le decía la profe:  “Non!!”  Hasta que se hartó y se fue a hacer turismo por la ciudad.  Pero yo creí vislumbrar una forma diferente de trabajar, no (sólo) tanta perfección técnica, tanto bloqueo abdominal, apretar el culo y estirar la punta de los pies, como me habían enseñado en el gimnasio y en el circo, sino una forma respirada de trabajar, volátil, suave…  Zoé, cuando se subía al trapecio, parecía volar por entre las nubes…

Entonces entendí por qué Chevi Muraday, aquel primer profesor de danza que tuve, cuando me veía bailar, se daba media vuelta y se tiraba de los pelos.  (“Pero ¿qué es lo que hago mal?” le decía.. – “Nada, no haces mal ¡¡NADA!!”)  Debía de parecerle una muñeca mecánica a la que habían dado cuerda.

Tardé bastante tiempo más en bajarme de la burra (yo QUERÍA que se me notara que era GIMNASTA, cuando la única medalla que jamás me había ganado fue la medalla de plata en mi propio gimnasio, en una competición amistosa a la que nos presentamos dos personas.)

Ahí mismo, en Paris, decidí dejar de hacer veinte mil cosas circenses y quedarme con el trapecio… y la danza.  Y punto.   Volví a Madrid, aún terminé el curso en el gimnasio, pero en junio le dije a Vicente que dejaba la gimnasia.  Creo que me puse roja como un tomate.  Incluso ante mí misma me daba vergüenza admitir que dejaba la gimnasia, cuando había tenido una afición que casi rayaba lo enfermizo. 

Me puse a estudiar sólo trapecio y danza, pero como una posesa. 

En aquel entonces todavía teníamos las pesetas, y las pesetas me daban para estudiar danza tanto en Paris (con Won Kim, Alejandro Ramos, Françoise Granier, Natalie Pubellier) como en Madrid (Chevi Muraday, Eliane Capitone, Rebecca Falcón, Alain Gruttadauria, Pachi González, Anne Morin, Christine Tanguay, Marisa Fuentes, Marco Cattoi, Teresa Acevedo, Nicolas Rambaud, Teresa Nieto, Marie Ocard, Francesc Bravo, Gustavo de Ceglie, Michelle Man, Paul Grey, Blanca Calvo, Juan Domínguez, Eileen Standley… es que me da pena no mencionar a alguno y seguro que me he dejado unos cuantos…).  Ah, y en Almería, en “Costa Contemporánea”, con Michelle Man, Guillermo Weickert, Chevi Muraday de nuevo y Daniel Abreu. 

Y al trapecio le di duro en Madrid con Alfredo Elena, Pilar Cervera “Fura”, Roberto Gasca y Marisa Prada, en Barcelona con Pili Serrat , en Paris con Zoé (Joséphine Maistre), Frédérique Debitte, Valérie Dubourg y Dimitri Kraniotis, y hasta La Habana que me fui, a estudiar con María Josefa Borrego “Fefa” y el guapísimo Richard Smith, ya tú sabes.

¡¡Y mil perdones a aquellos que se me habrá olvidado mencionar!!  (También estudié con Rogelio Rivel, hermano de Charlie Rivel, pero eso fue antes, cuando aún hacía acrobacia.)

Pero me seguía faltando algo… el nexo entre la danza y el trapecio… ahí faltaba algo, no son dos sin tres… Intenté estudiar teatro puro y duro, arte drámático, pero como que no.  Me pillaba un poquillo lejos de la danza y el trapecio, no obstante…  Y me puse a pillar todo aquello que fuera “teatral ma non troppo”.  Así, estudié “ritmo y movimiento” y mimo moderno (Decroux) con Sara López, expresión corporal con Marta Schinca, Helena Ferrari, Sergio Cardoso, Mercedes Ridocci y Agustín Bellusci así como, no sé, creo que llevo diez o quince cursos, o veinte, de danza-teatro, de temáticas de lo más variado, con Giuseppe Stella.

Así, un día, hace muuuchos años, aparecimos Mamen Olías y yo en la Carpa de la Asociación de Malabaristas de Madrid.  Mamen es actriz y quería aprender trapecio;  yo era trapecista pero me faltaba lo actoral…  Nos pusimos de acuerdo para hacer un trueque: yo le enseñaría trapecio y ella, a cambio, me dirigiría mi primera obra, “¡Vuela!”  Así, colgamos el primer trapecio que jamás hubo en la Carpa (hoy la Carpa “Carampa” parece un aeropuerto – está llena de aéreos) y empezamos a trabajar.  De ahí salió, muy despacito pero muy rico, la coreografía aérea “¡Vuela!”, que aún hoy sigue siendo mi favorita, pues es de un existencialismo total.  “¡Vuela!” ha ido creciendo conmigo.  Según yo he ido viviendo cada vez más cosas y más profundas, también he ido descubriendo más capas de significado en “¡Vuela!”.  Ya estaban ahí, pero yo aún no las había podido ver.  Y espero seguir descubriendo más y más capas…

Ya llevaba muchos años con esta obra cuando, en algún momento, se me ocurrió que tenía ganas de tener no sólo “mi número de toda la vida”, sino alguno más.  Busqué una música que me dijera algo y empecé a ensayar “algo”… y me emperré, ¿eh?, pego que te dale, pero de alguna manera aquello como que no… no sé.  No me acababa de gustar.  Y al final, pasé.

Pero entonces un buen día una cantante lírica me dijo que quería que actuara en sus conciertos y, ni corta ni perezosa, me encargó que coreografiara, sobre trapecio, dos canciones de la ópera “I Capuleti e i Montecchi” de Vincenzo Bellini y “Rumores de La Caleta”, de Isaac Albéniz.  ¡Hala! ¡¡Casi nada!!

Nunca había trabajado con música clásica (excepto haciendo ejercicios de ballet), es más, le tenía bastante tirria a la música clásica, y un clásico tan CLÁSICO como la historia de Romeo y Julieta de Shakespeare, me tuvo completamente acongojada.  Eso se me hacía muy grande.  Me leí la obra de Shakespeare en inglés antiguo, en inglés moderno, y la obra de Bellini en italiano y en castellano (bueno, en italiano sólo el cachito que bailo yo).  Lo fui a ver en teatro, en danza, en ópera, en película e incluso me fui con Stenka, aquel amigo que me acompañó aquella vez a Paris… ¡en coche hasta Verona!, a ver la casa de Giulietta. 

Y para “Rumores de La Caleta” me fui a la Tassita de Plata, a Cádiz, a stanislavskear por la arena y el agua de La Caleta.  (“Esa tía, ¿qué está haciendo?” – “Déjala, ¡es una turista!”)

Todo ese bagaje me lo traje a Alcorcón, a la sala de la Escuela Municipal de Circo, donde Gonzalo Arias me ha dejado ensayar un sinfín de horas.  (Gracias, Gonza, gracias a ti he parido estas dos coreografías.)  Unas veces estaba contenta y avanzaba, otras me bloqueaba…  la historia de Julieta se me hacía grande y la música de Albéniz, me gusta escucharla, pero no me inspiraba en absoluto.  Menos mal que de vez en cuando me acompañaban a la sala mis amigas actrices Mercedes Carrión y Maloka Rincón;  con sus sabios consejos he podido ir desenmarañando las corcheas y semicorcheas e ir creando estos dos personajes:  Julieta y Mariona, para la antigua Verona y para la playa de La Caleta respectivamente.

Y, para más inri, dado que en muchas salas de concierto no se puede colgar un trapecio y la cantante quería que yo actuara con ella sí o sí, me pidió que coreografiara las mismas piezas otra vez – ahora en versión “sólosuelo”.  O sea danza “pura y dura”.

Lamentablemente, el proyecto con la cantante lírica nunca llegó a buen puerto, y mi ilusión de participar con mi trapecio en sus conciertos líricos hasta este momento no se ha podido cumplir.  Pero, por otro lado, este proyecto me ha obligado a montar unas coreografías con una temática y unas músicas que yo, por mi propio pie, jamás hubiera elegido.  Me han permitido crecer y abrirme paso por unos caminos que, de otra manera, tal vez nunca hubiera caminado.

Consecuentemente, ahora tengo cinco coreografías: tres sobre trapecio y dos sobre suelo.  ¡Quiá!, esto, después de haber estado años solo con “mi coreografía de toda la vida”, me parece muy enriquecedor, sobre todo porque las tres “coreos” no pueden ser más dispares entre sí.

Esto me anima a, dentro de no demasiado tiempo, buscar otra música, imagen, texto o lo que sea… para montar ¡otra coreografía más!

¡¡Que luego no me digan que no estoy colgá!!  ;o)